Los niños de la Concha
LOS NIÑOS DE LA CONCHA
El arte barroco en
sus más amplias manifestaciones artísticas es un fenómeno complejo de índole
social, político y religioso. El barroco es la continuación al manierismo
italiano que prevalece en la primera mitad del siglo XVI. Si el manierismo
comienza a usar los cánones clásicos con artificiosidad, el barroco que le
sucede abandona la serenidad clásica para expresar un mundo en movimiento y
agitación de los sentidos. Por tanto, la tendencia del barroco es a la
exageración y la manifestación.
Las características
generales de la pintura barroca son; la pintura barroca presenció el nacimiento
de nuevos géneros pictóricos, como son los bodegones. Se caracterizó por la
búsqueda del realismo a través del efectismo y de una cierta teatralidad. La
luz y el color pasaron a ser grandes protagonistas como lo vemos en este cuadro
ya que hay un foco de luz en los niños, son encargados de producir la
profundidad y la perspectiva, más que la línea y el trazado. Las pinturas se
llenaron de volumen y detalle cómo podemos ver en este cuadro, los niños tienen
volúmenes y si miramos vemos los pies de los niños o las manos con detalle.
Esta obra fue
realiza por Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1670 con la técnica de óleo sobre
lienzo. Se trata de una pintura religiosa. Esta obra perteneció a la escuela de
pintura barroca andaluza, su localización actual es el Museo del Prado. Se
adaptó al gusto de la época, plasmando una religiosidad familiar y tierna,
siendo su mayor preocupación el colorido de sus obras. En su juventud comenzó iniciándose
en el tenebrismo, pero en las décadas siguientes sus pinturas denotaron
ternura, intimidad y misticismo.
La escena se ubica en el plano terrenal y en
un plano celestial. El esquema compositivo básico es un triángulo, ocupando las
cabezas de Jesús el vértice superior, mientras que el cordero y el cuerpo de
San Juan forma una diagonal. Estas diagonales son características del barroco.
La pintura refleja el momento en el cual Niño
Jesús da de beber agua con una concha a su primo San Juan Bautista. Estos dos
personajes son los protagonistas del cuadro, y ocupan casi todo el lienzo.
Además, en la parte superior de la obra hallamos a tres ángeles niños que
observan la escena. Éstos presentan el recurso llamado rompiendo de gloria,
que es la representación del plano espiritual sobre el terrenal, todo ello
enmarcado en una perspectiva fingida. El cordero es también el compañero de
juego de cualquier niño. Mientras que en el cielo vemos que se ha abierto una
neblina dorada y vaporosa surgen unos ángeles que contemplan la escena.
La gama cálida de
la parte central con los dorados de los cabellos y apertura de la gloria con
sfumato contrasta con la vegetación verde y oscura del paisaje. Al fondo un
fondo azul y plateado constituye un foco de luz secundario y un punto de luz
para la profundidad.
El tratamiento
anatómico se caracteriza por el volumen conseguido con el juego de luces y
sombras.
Lejos del
tratamiento naturalista los dos personajes están idealizados, pero con gestos y
expresiones que despiertan ternura. El esquema compositivo básico es el
triángulo ocupando la cabeza de Jesús en el vértice superior, mientras que el
cordero y el cuerpo de San Juan forman dos de los lados. La cruz que lleva San
Juan forma una diagonal. Estas diagonales son características del Barroco.
La gama cromática
de esta composición es oscura y los personajes son elegantes y frágiles.
Los niños de la
concha, nos muestra ante todo el gusto de Murillo por los temas infantiles, que
le permite interpretar de forma admirable estas historias evangélicas de la
infancia puestas de moda por el nuevo sesgo de la piedad de su tiempo.
Lidia Vázquez Campos
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